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XIPE TOPEC |
LA TRISTE HISTORIA DE ARMUNDO PIEDRA
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Erikas Perl - xipe totec |
Soñar es el morir en vida, pues es el
momento donde perdemos contacto con la realidad y nos adentramos en nuestro
subconsciente, perdiendo el control real de nuestros actos y convirtiéndonos en títeres de nuestros miedos y obsesiones.
Armundo Piedra era un carretero fornido
en los caminos de la vida y los senderos hechos por el hombre, su carro tirado
por cuatro bueyes llevaba suministros varios a las comunidades religiosas periféricas
de la gran metrópoli.
Su ruta más incómoda era la que tenía
que realizar dos veces al año al convento de la Natividad en la pequeña ciudad
de Tepoztlán, siempre desde que era niño y realizaba la ruta, tenía que hacer
noche cerca de su destino, siempre acampaba en una extraña explanada, rodeada
de montículos situados de formas no casuales y muy cerca de una gran pared de piedra
donde en su cima, por un tortuoso camino, se llegaba a una antigua y misteriosa
construcción según decían las gentes del lugar.
Su madre una española recia y hermosa
siempre le suplicaba a su padre y a él que tuvieran cuidado por esos caminos
plagados de misterios, leyendas y de gente con necesidades, muchos de ellos
tirados al mal vivir, al robo, los caminos de México muchas veces eran muy
peligrosos y oscuros. Su padre se definía como un genuino Tolteca, hijo de
bravos guerreros que tras perder sus dominios vagaban como almas en pena por
todos y ningún lugar, el orgullo y la pena siempre estaban impresos en su cara
de duras facciones.
Primero siempre las bestias, después de
desatar a los bueyes y darles algo de comida, Armundo colocó un burdo machete
en su cinto y marchó a buscar leña, allá a lo lejos divisó un montículo algo más
grande que el resto de donde sobresalía un buen arbusto que calentaría su
comida y sus sueños. Al llegar a la cima del montículo observó una gran planta
de amaranto, quiso acercarse pero el terreno cedió y cayó metro y medio
quedando de cara al montículo, se quitó el polvo levantó los ojos y allí estaba la cabeza de piedra de una divinidad Zapoteca
con un extraño capillo superior, estaba mirándole fijamente con un semblante
serio, extraño, Armundo retrocedió arrastrándose presa del miedo, era Xipe
Totec, su padre desde que tenía uso de razón le enseñó quien era quien en el
mundo de sus antepasados, no se encontraba en un buen sitio…
Entonces escuchó una voz de una
procedencia que no podía determinar
- ¿Qué quieres español?
- No soy español, soy descendiente de
guerreros toltecas, tan solo quería unos maderos para hacer fuego y calentarme
de la fría noche.
- Un español como tú tiró de lo alto de
la montaña a nuestro dios y desde entonces aquí yace, dormido, en una pesadilla
constante, esperándote, necesitamos vengar la afrenta porque tú no eres Tolteca,
eres español.
-
No tengo yo la culpa que mi padre amase a una española, ella por amor a
mi padre lo dejo todo y ha vivido como uno de los nuestros, yo soy un tolteca
como el que más. No soy español, yo respeto las culturas antiguas.
- Necesitamos un sacrificio que se
convertirá en una venganza, ya nadie viene por aquí, nadie viene a adorar al
gran Dios, se está muriendo, ha perdido sus bellos colores, ha perdido su poder
que le daba las alturas, ha perdido a sus acólitos que le cantaban e imbuían al
pueblo en la grandeza de un Dios sediento de sacrificios y a la vez magnánimo.
- Ese Dios era nuestro, vosotros los
zapotecas aniquilasteis a mi pueblo y os apropiasteis de nuestros dioses, dejasteis
parte de su significado pues sabíais de su poder y le añadisteis ese lado
oscuro y maligno de vuestra cultura, miedo, miedo y miedo para dominar a
vuestro pueblo y a todos los pueblos de vuestro entorno, el poder de una élite
bajo el imperio del terror y el pánico.
-solo existen nuestros dioses, que
hicieron nuestro mundo y nos dieron la vida, tu dios español es un dios
ridículo y débil, tus otros dioses eran los nuestros, por eso has de morir
matando, eres fruto de dioses ridículos, de humanos cobardes, que temen a la
muerte, has de cerrar el círculo y matar al que mandó profanar nuestro templo.
Armundo se incorporó lentamente mientras
observaba a su alrededor sin ver a nadie, solo las sombras del atardecer se
movían siniestramente a su alrededor, sacó el machete y retrocedió hacia la
planta de armiño, un fuerte golpe en la cabeza le dejó inconsciente.
Y vio un río de sangre y perros rabiosos
que devoraban personas, un dolor inimaginable le acompañaba por su pesadilla,
vio al Dios de su madre que a lo lejos miraba todo con indiferencia, vio el mal
por todos los lados y esa angustia que le hacía llorar, vio la muerte de miles
de personas, pasados por largas espadas y ese dolor que no cesaba en su cabeza
y entonces abrió los ojos y notó como su piel se separaba de su cuerpo. Observó
entre tinieblas como dos hombres engalanados con plumas en la cabeza y la piel
pintada de vivos colores le estaban tocando a la altura del abdomen, el dolor
era intenso y desagradable, Armundo medio consciente movió la mano, fácilmente
se desprendió la cuerda que rodeaba su muñeca derecha, palpó la fría piedra,
tocó un plato de frío jade y dentro de él se encontró una piedra de siles llena
de un líquido denso, pringoso, sacando fuerzas sobrenaturales se incorporó y le
clavó la afilada arma en el cuello del hombre de su derecha, el chorro de
sangre lo salpicó todo de un rojo oscuro, fétido, el otro sacerdote quedó petrificado al ver el liquido
que salía como una catarata de su compañero, entonces Armundo de un golpe seco sacó
el puñal con fuerza, el giro iba algo más elevado que con su primera víctima y
la punta fue a parar al ojo derecho que saltó con fuerza del glóbulo, se soltó
con unos dolores inimaginables la cuerda de su otra muñeca y se incorporó presa del pánico, observó que su torso estaba
en carne viva, ¡le habían quitado la piel!,
con el brazo izquierdo aguantó su propia epidermis que le colgaba, ¡le
estaban desollando!, se soltó las piernas y comenzó a correr campo a través.
Armundo no quería morir, corrió llorando
como un niño, a lo lejos hacia el este escuchaba aullidos de lobos, entonces
recordó los cuentos de la vieja abuela, los dioses antiguos estaban
comunicándose con él, querían guiarle para cruzar el río del inframundo, corrió
retirando altos matojos que desgarraban su carne expuesta, en un momento dado
de locura cayó al suelo y su torso quedó lleno de piedras y tierra pegadas a la carne y a la sangre
coagulada, recogió como pudo su piel y tras esquivar un árbol, quedó en medio
de un gran camino, se agachó para respirar y entre terribles dolores enseguida
supo que se encontraba en algún punto del Camino Real que tantas veces había
recorrido, entonces a su espalda oyó un ruido, quien fuese estaba muy cerca y
lentamente se dio la vuelta sobre sí mismo.
Entonces vio con toda claridad una
milicia armada con sus picas y mosquetes, eran no más de 10 hombres, eran de
las escasas patrullas que hacían rondas de vez en cuando o acompañaban a
viajeros importantes y a su vera un soldado con un parche en el ojo izquierdo,
este le miró con gran pánico mientras llevaba su mano al cinto.
LA HEROICA AZAÑA DE PEDRO DE VILLANUEVA
Pedro Villanueva alias “el tuerto de
Ameixal” en referencia a la batalla que perdió su ojo, debía llevar al nuevo
prior recién llegado de España tras años de una extraña y oscura ausencia al convento de la Natividad, la
comitiva estaba compuesta por el religioso montado en una burra, ocho
milicianos nativos mal vestidos y peor armados, un criollo como jefe de tropa con viejo uniforme y armado y finalmente como oficial al mando D. Pedro, todos
iban andando pues escasos eran los presupuestos y las bestias eran privilegios
no para estos menesteres.
Estaba D. Pedro en absortos pensamientos
maldiciendo el día en que le mandaron a estas inhóspitas y misteriosas tierras
de ultramar, realmente perder el ojo en una batalla tan cruenta podría haber
sido su final como hombre de armas y acabar en la mendicidad, pero el Conde de
Medina, padre de un mando de su compañía intercedió por él mandándole como
refuerzo a Nuevo México y aquí acabó imponiendo la ley y el orden de la Corona.
Y
allí estaba, en tierras de misterios y de leyendas, de culturas ancestrales que
se perdían en los tiempos, de ritos y tradiciones extrañas, cruentas, harto ya
de perseguir los pocos seguidores de los antiguos dioses, de escoltar a
soberbios y estúpidos nobles, cargos del gobierno que apenas sabían la realidad
de sus gentes, cansado de escoltar religiosos que se dedicaban a la buena vida,
gordos ellos en un mundo de gente delgada y a veces famélica.
Oyó una voz de la tropa y se dio la
vuelta, iba a comenzar a hablar, cuando sintió que muy cerca de él, a su
espalda, algo había salido desde los matojos al lado del camino, el prior cayó
de la burra y todos los soldados pusieron las picas en posición de defensa con
las puntas afiladas como garras hacia él, se dio la vuelta y su ojo no dio
crédito a lo que vio.
El mismo diablo estaba frente a él,
rojo, ensangrentado, jadeando, agarrando en sus manos una piel seguro que, de
algún sacrificio, entonces levantó una de sus manos y gritó, “no soy el diablo”,
“soy de los vuestros”, Pedro entendió que el diablo había venido a confundirles
y a llevárselos a todos, como aconteció con la patrulla de D. Pedro de Orellana
que desapareció por estas tierras hacia ya años y de los que nunca se volvió a
saber.
Con gran pánico llevó su mano al cinto y
sacó rápidamente su espada, pues al diablo había que matarlo a hierro, la punta le entró por debajo de corazón y
entonces el ser dejó caer la piel de sus manos, cayó al suelo y quedó colgando
por el abdomen, ¡era la propia piel de ese ser!, era un hombre desollado,
entonces al darse cuenta y mientras caía le cogió por la cabeza y le apoyó en
el suelo, le miró fijamente y sintió todo su dolor, sintió su misión divina,
muriendo en segundos ahogado en su propia sangre.
Dos soldados tiraron su cuerpo del
malogrado Armundo Piedra por un pequeño barranco y D. Pedro juró que cuando
llegase a Veracruz dentro de unos meses partiría de nuevo a su tierra, estaba
harto de no distinguir entre el bien y el mal, cansado de luchar contra demonios y fantasmas, de haber matado
al mismo diablo y sentirse un poco como él, cansado de servir a su Rey, por el
había sacrificado un ojo, hastiado de recibir órdenes de inútiles, en su
interior la ira comenzó a ser incontrolable, quería entender a esa gente de ojos
negros y baja estatura, quería ayudar a esos pueblos desplazados que pasaban
hambre y miseria y allí frente a él vio de nuevo al mismo demonio, se acercó lleno
de ira y sin mediar ni una sola palabra le atravesó la garganta, cayendo
desplomado de su montura, acababa de matar al prior, el resto de la tropa huyó
despavorida.
La afrenta de la destrucción del templo
de Xipe Totec había concluido, “el tuerto de Ameixal” se santiguó y con su
afilado cuchillo se cortó la yugular, mirando hacia el antiguo templo, se había
entregado a los dioses verdaderos, su sangre traería buenas cosechas a la
comarca…
Había matado a dos demonios de dos
mundos diferentes… su sacrificio de gran soldado no sería olvidado por Xipe
Topec en su descenso hacia Xilbalbá, los señores del oscuro reino le ayudarían a
un sufrimiento digno de un héroe.
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Jorge Qetzca - Mictlantecuhtl |
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