Muchos son los silencios que nos perturban,
los que poco hablan, los que nada dicen,
y temo por oírlo, pues no me engaña,
vivir sin saber de su corta ausencia
ha sido nuestro cruel error y allí ha estado
siempre, ha permanecido a nuestro lado.
Ha pasado el tiempo, a veces despacio
pero no es real, caracol de carreras
y es en ese momento que suena algo
al principio un ruido muy lejano
inaudible, pero lo hemos oído
un cruel acúfeno, un sin sentido.
Es una dulcísima flauta de pan
sonando con su decadente melodía
calles sin gentes, totalmente vacías
preludio de un triste mensaje
del que pensaste que nunca oirías,
señores ha llegado el afilador.
Todos hemos escuchado su nombre
por eso al oírle la calle se vacía
le tenemos miedo, nos escondemos,
no queremos sus oscuros servicios
evitamos que se pare en casa,
pero le escuchamos como ha llegado.
Ha llamado a casa de un amigo
y en cruel silencio le ha mirado
afilando el cuchillo suavemente
metal contra piedra, carne limpia,
chispas al aire, tacto cortante
y ese maravilloso filo brillante.
Fina hoja de papel que penetra,
que filamenta, separando,
el alma de la carne, sin tocarla,
es perder la vida, sin quererlo,
es un dolor intenso, por dentro,
es algo cruel, aséptico, limpio,
es un final como otro cualquiera.
Tapa tus oídos, no quieras escucharle
no afiles sus propios cuchillos
no le cortes con sus propias armas
no quieras ser tu propio enemigo,
es acabar con uno mismo
es amar la vida mientras muere.
Pues aterrado mira y observa
que poco a poco abandona su cuerpo
cogiendo con su mano diestra
ese pequeño instrumento
melodía del diablo asonante,
pues realmente somos
nuestros propios
y cueles verdugos,
somos, en definitiva,
nuestro oscuro afilador.
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