domingo, 22 de octubre de 2017

NO SEÁIS KAMIKAZE



El Líder yacía postrado rodilla en tierra, en sus manos entregaba la espada que tantas victorias le habían dado, con ella se iba definitivamente todo su poder, lo sintió perfectamente cuando perdió su contacto, se había quedado desnudo. Bajó la cabeza, camisa manchada, botas sucias ánimo por los suelos.
Su plan era perfecto, un ideario idílico lleno de enormes bellas palabras que ocultaban pequeñas y letales mentiras, su “yo” arrebatador, su mente privilegiada, su capacidad de convencer, las ideas irrefutables y únicas que daría la felicidad absoluta a su pueblo, en definitiva, era el padre y el responsable de toda su gente.
¿Dónde estaban todos los que le rodeaban?, toda esa masa de gente que le adulaba, toda esa gente a la que les entregaba riquezas y bienestar, todos ellos deberían estar presentes ayudándole, el había hecho todo por ellos y ahora estaba solo, humillado, a punto de morir. El había insultado, perseguido, desterrado e incluso torturado  o matado a quienes habían osado pervertir su legado.
Le ataron al poste, abrió y cerró los ojos con inusitada fuerza el pánico se apodero de él,  delante suyo estaba literalmente la muerte, negra pestilente, con una gran guadaña, su mirada era vacía, fría, su sonrisa macabra, hiriente, ¿dónde estaban los suyos?, gritó pidiendo que le soltaran, era el gran líder, nadie podría hacerle daño, ni siquiera la muerte, ¿quién osaba a cuestionarle?
Sintió perfectamente la primera bala entrarle por el costado derecho, caliente, un dolor muy agudo, notó como algo muy dentro de él reventaba con un dolor inimaginable, e inmediatamente sintió como si el ojo derecho le estallase y algo le entraba en la cabe…

El General miraba con tristeza la pared, realmente no veía nada porque su interior estaba sucio, negro, corroído, ¿a cuántos hombres había llevado directamente a la muerte?, les veía la cara perfectamente, caras de tristeza, de angustia, el retrato de la muerte en esos ojos que ahora le perseguían por todo su interior.
El creía en su líder, defendió a ultranza esas ideas que le llenaban, difundió la gran verdad por todos los lugares por donde fue, las defendió a ultranza, perdió grandes amigos e incluso tuvo que mandar matar a algunos de ellos porque se atrevieron a cuestionar la verdad.
¿Y ahora qué?, sin ejército, derrotado, todo era una podrida mentira, había sido el brazo ejecutor de un loco, se había dejado arrastrar por decenas de ideas y reglas absurdas que supuestamente les confirmaba como superiores y que llevaban directamente a la felicidad pura… Todo mentira
Y el peso de su conciencia era de tal magnitud que le mostró la verdad que con tanto esfuerzo y dedicación había estado ocultando en lo más profundo de sí, entonces se dio cuenta que su egoísmo y egocentrismo, su avasallamiento enfermizo había ocasionado el mal más absoluto a mucha gente, había sembrado el odio y la discordia en base a su sinrazón, había llevado a mucha gente a un callejón sin retorno, había quitado directa o indirectamente lo más preciado del ser humano, la vida.
Cogió su pistola, apunto a su sien y se sintió bien, el frío metal anunciaba el descorchar de tanto sufrimiento que había causado, su dedo apretó el gatillo y la confusión y la nada se apoderó de él, por fin su ideario se le mostraba con toda su crudeza, el infierno te espera, Satanás dará cuenta de ti.

El soldado raso estaba en la trinchera, delante tenía a los equivocados, a los diferentes, incluso si le apuraba a los inferiores, el tenia la posesión de la verdad, se lo habían dicho desde pequeño, se lo habían hecho cantar, se lo habían enseñado una y otra vez, tenían símbolos poderosos que sintetizaban sus ideas,  formaba parte de un gran grupo, formaba una parte sustancial e inequívoca de la verdad.
Miró por la mirilla de la trinchera y vio a lo lejos un inmenso ejército bien formado y equipado, estaban claramente en inferioridad, pero de repente el General empezó a arengar a la tropa, ellos eran invencibles, eran los elegidos, su líder estaba con ellos, indestructible, imparable, era la hora de demostrar su superioridad, era la gran hora…
Se levantó como aupado por el líder, por las voces del gran General, sus ideas eran mágicas, a partir de hoy todo sería distinto, todos pensarían igual, todos vivirán en un paraíso, iba  a ser la gran victoria.
Subiendo las cortas escaleras sacó su cabeza de la protección real y física de la trinchera, el aire era fresco, olía a mar, fue como si Dios le tocará la frente con tal fuerza que le echo hacía atrás, sintió como si su cabeza se vaciara, cayó desplomado, como títere que acaban de cortar las cuerdas. El fin de otro ingenuo kamikaze, un suicida inconsciente.


Y el niño famélico esperaba a la puerta de casa a que llegara su padre, fue a hacer el bien común, a proteger a sus amados hijos, a su querida mujer, ironías de la vida, la letra pequeña de las grandes verdades, la sangre y sufrimiento de tu familia es la savia de la gran mentira, el sacrificio de un todo, la recompensa de una nada.

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