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| Beato de Liebana |
Hoy se acaba el mundo
y he comido patatas con costillas,
lo banal y lo trascendente juntos,
todo el mundo confinado
muriendo por salir a la calle,
presos en sus casas,
ansiosos por abrir la puerta
después de tirar las llaves
por el sucio váter,
locos por respirar aire puro,
disfrazados con neopreno de buzo
hemos tapiado nuestras terrazas
y salimos a ellas cantando loas al viento.
Queremos que nos quieran
y quieren que nos queramos
sin sexo ni tocarnos,
sintiéndonos culpables,
por nuestros malos sentimientos,
por nuestras absurdas contradicciones,
por nuestros actos impuros,
por no haber realmente pecado
por nuestra mala conciencia
de nuestra soberbia y egocentrismo,
sigamos jugando a ser dioses
de lo absurdo y lo supremo.
De postre arroz con leche,
envenenado hasta el último grano
bañado en leche cortada
con limones ácidos
y canela amarga,
sentencia que hace de postre
de una dulce condena a muerte
de una vida plena y amarga
de un progreso desmesurado,
de una ciencia desbocada.
No teníamos límite,
el mundo era nuestro,
rebobinemos la cinta
de una civilización tal vez idiota
y volvamos al medievo,
a una fashion week
de la renovada peste negra,
volvamos a la conquista de América
plagada de víctimas maquilladas de viruela,
regresemos a inicios del siglo veinte
al ritmo pegadizo y contagioso
de la inolvidable gripe española.
Por eso,
aprovechemos ahora que ha parado el carro,
aprendamos de otros altos del camino
para darnos cuenta
que el sendero es erróneo,
directos al precipicio,
pero viendo lo visto
continuaremos igual de ciegos,
volveremos a subirnos
sin nadie que coja las riendas
y viva la vida loca,
alabando a la caprichosa suerte,
y seguiremos jugando con fuego
a la ruleta rusa
hasta que una bella bala
suba al cielo
y nos atraviese la puta boca.
