Tengo una casa divina bien
decorada,
gran salón, cocina, alacena
y varios baños
muchos dormitorios,
vestidores y hasta un piano,
jardines, piscina, setos y árboles,
es mi gran orgullo y la
envidia de todos.
La casa está vertebrada por
un gran pasillo central,
autopista del devenir
diario comunica todo con todo,
la gula, el sexo, nuestras
necesidades primarias,
el descanso, el
entretenimiento, todo pasa por aquí,
lugar de encuentro de paso,
camino de Santiago.
Y un buen día reparé que al
fondo del pasillo,
en la gran pared blanca
había un negro agujero,
desde entonces cada vez que
paso de estancia en estancia
noto que esa peca oscura me
mira, me observa,
al principio me hacia el
loco, no miraba,
pero últimamente me
obsesiona y la temo.
Sé que mira con lascivia a
mi mujer y mis hijas
sé que observa la estancia vacía
a la espera de presas,
cuando vienen invitados los
otea como gran cazador,
no me siento seguro, me
aterra su silencio,
su pequeño tamaño lo hace
grande, como mi miedo.
Me he acercado varias veces
al solitario punto negro,
pero no puedo, me aterra,
siento que detrás de esa infamia,
hay algo maligno, tenebroso,
inmenso, terrible,
no quiero mirar allí y está
en todos lados,
sé que me fisga, me
contempla, me divisa, me acecha,
no estoy loco ni enajenado,
solo pienso en protegernos.
Mi familia me ha dejado, mi
casa descuidada,
he cogido una silla, un
arma y me he sentado en frente
y con mis ojos inyectados
en sangre vigilo la infamia,
no es obsesión ni locura,
no son fiebres ni delirios,
vigilo que no se haga más
grande, sé que soy el guardián,
el centinela de las puertas
del inframundo de Hades.
La casa se vendió rápido,
un buen precio tapa heridas,
se hizo una gran reforma, paredes
blancas desnudas,
suelos brillantes y
relucientes, ventanas llenas de luz
y en medio ese gran pasillo lleno de puertas a
los lados
y al fondo pared blanca y justo
en medio omnipresente
un agujero negro...
la pupila del diablo.