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Jonny Briggs - despedida |
Puerta
cerrada no entran moscas, puerta cerrada no entran moscas y esa mirilla
engalanada para no ver a nadie, pues a nada ni a nade quería observar, tan solo
quería sobrevivir, no morir estúpidamente, así que pasaba los días paseando por
el pasillo, del dormitorio al baño, del baño a la cocina, de la cocina al
salón, todas las múltiples variantes posibles se sucedían una detrás de la
otra, siempre intercalando con un breve mirar por el periscopio imaginario que
daba a un estrecho pasillo de la escalera, esa mirilla sucia por la que solo se
veía el rellano de una triste escalera.
Pronto
comenzó a pasear por los techos del pasillo, allí se postraba en un rincón y
observaba desde arriba los suelos de viejo azulejo que tantas veces había
pisado, desde la perspectiva contraria parecía una araña inmóvil a la espera de
una mosca negra y carnosa para envolverla en los finos hilos de un aburrimiento
que le atormentaba, así mas tarde dentro del infinito tiempo de agonía de un
encierro absurdo poder deleitarse de ese preciado manjar, comerse esa decena de
ojos verdes fluorescentes, las ocho delicadas patitas y ese cuerpo repleto de
pelos negros que limpiarían su aburrida conciencia.
Las ventanas
daban todas a tristes y angostos patios interiores, sin apenas luz ni nada que
ver, de vez en cuando sacaba la cabeza y observaba allá arriba el cielo azul y
la luz natural que apenas penetraba por el pozo donde se encontraba, si miraba
hacia abajo, siempre era la misma instantánea, nada, el vacío, miles de viejos
ladrillos, entonces siempre venían a su cabeza los mismos pensamientos,
“alguien en algún momento dado en un pasado estuvo allí abajo e hizo este
agujero lúgubre, esta mazmorra de terracota, esa hormiga ya fallecida
inexistente e irrelevante había creado una distracción futura a un náufrago que deliraba”.
La única
representación que le entretenía parecía ser un pequeño televisor de rayos
catódicos en blanco y negro, desde ese ojo impertinente se informaba de nada,
pues los mensajes que recibía eran contradictorios, obscenos, tal vez porque le
daba todo igual, ya nada tenía que perder pues nada le quedaba, el aislamiento
le había separado de el mismo y de la realidad, ya no le quedaba resquicio
donde agarrarse, comenzaba lentamente a ser una víctima mas del último
entreacto de su vida, todo ello en el teatro montado para la representación. Un solitario yo.
Y comenzó a
sentir que su cuerpo desprendía calor, que el cansancio se apoderaba de él como
una maldición, que tenía la necesidad de dormir despierto, envuelto en un sudor
frío que le hacía tiritar, estando su cuerpo caliente como las brasas del
infierno y todo esto con una sensación tremebunda de estar asfixiándose, de no
tener oxígeno, de nadar hacia una supuesta superficie donde llenar sus pulmones
de un viento helado, que le hiciese salir de esa pesadilla en la que se
encontraba inmerso, se sentía atado, atrapado por finos hilos que él mismo
estaba creando con el único fin de defenderse de algo extraño, su propia protección
le estaba asfixiando, era su propia trampa.
Y el milagro
de la metamorfosis se produjo, todo aquello que le presionaba, todo su claustrofóbico
y diminuto mundo desapareció, todo había sido una pesadilla muy real, cuando el capullo
donde estaba confinado se rompió, tubos, cables, bolsas, acabaron tirados por el
suelo, se levantó de la cama, se acercó a la ventana de la habitación y extendiendo sus alas, buscó el aire
fresco y su ansiada libertad que le había sido arrebatada vilmente y con dos
suaves besos se despidió de los suyos, volando locamente.
Y alguien
cantó una oda de las crisálidas rotas en ese aciago día, pero no dijo nada de
las hermosas mariposas que surcan el cielo…
La poesía de
este relato de lucha y libertad había muerto en manos de cuadriculados burócratas.