El tendedero está vacío, la ropa que antes colgaba en él y
flotaba al viento ya no existe, sus cuerdas verdes han perdido su color y están
deshilachadas, al tacto son rígidas, duras, cortantes, han perdido en buena
parte su flexibilidad y tiene el aspecto de romperse en cualquier momento por
cualquier parte. Y una pinza de madera podrida en uno de los extremos con su
muelle oxidado, reflejo del descuido de las suaves manos de una mujer que olvidó
recogerlo y lo sentenció a la agonía de morir bajo los rayos del astro sol.
Y esos palos hincados al suelo, torcidos por las inclemencias
del tiempo, cruces sin Cristo, tan solo de tus cortos extremos cabos marinos
suspensos al cielo para soportar las prendas, para izarlas al viento, como
banderas de uno, como el pabellón de un barco que avisa a otros de quien y de donde
son.
Ya nadie te tiende, ni te cuida, nadie cambia las cuerdas, Eolo
el señor de los vientos ya no canta melodías cuando pasa por tu lado pues se
han roto varias de ellas, la cuerda tres de un SOL de justicia y la cuerda seis
que tanto preocupa pues ya no se oyen graves en tu cantar, son señales de un
fin que está próximo, es el ocaso de las cosas, el acabose de la función.
Y es que el tendedero fue un fiel acompañante de María hasta
su adiós, aguantó todo lo que le echó encima, sus solitarios pensamientos, la oyó
cantar, hablar, sintió sus dulces manos que le acariciaban y limpiaban, le
cambiaba los cordones, enderezaba sus piernas. Sábanas, mantas, camisas calzoncillos,
bragas y trapos le protegían, le daban sentido a su existencia. Prendas mojadas,
olor a limpio intenso y luego el agua huía liviano quedaba el peso y cometas
relucientes bajo el azul del cielo.
Pero todo eso acabó un buen día María cayó fulminada mientras
tendía, banderas negras al viento, de ahí el lamento y la tortura pues su desaparición, un castigo, años de abandono y aquí estoy todavía listo, para que
cuelgues por siempre jamas María tu ropa, pues te has ido y yo inexplicablemente sigo existiendo.
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