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Mark Ryden - Nacimiento |
Nevera, preludio
de un frío reposo,
de ahí saco
la zanahoria
tumbada en
su fría sepultura
de un bello
naranja y forma irregular,
color antinatural
del chaleco
de emergencias,
del camión
de la basura,
bello color
degradado
a tan solo
llamar la atención
del hombre
despistado.
Como azteca
en un sacrificio
te quito la
piel sin piedad
te corto en
pequeños trozos
con mi
afilado cuchillo de cocina,
concentrado
en mis problemas
alerta en
no descuartizarme a mí mismo
como la cruel
venganza de un verduricidio.
Somos
zanahorias de la vida
de un color
piel mortecino,
con el don
del movimiento
con el
poder de nuestras mentes,
cíclopes tristes
pues sabemos el final
de la
alegre zanahoria,
que después
de tiempo creciendo
acaba en
una triste cámara fría
para finalmente
ser cocinada
y lentamente ser digerida,
abono de
otras verduras
como
nosotros los humanos
somos zanahorias andantes.
Corre
hortaliza cantosa
por el
inmenso campo,
juega a que
no te coja el nabo,
a esconderte
de la verde lechuga,
disfrutando
de tu corta vida
judías,
puerros y cebollas,
creciendo
en la dulce tierra,
hasta que
llegue el hombre
y te
arranque del rico suelo,
acabando con
tu existencia
¡oh zanahoria
divina!,
te canto
con desconsuelo,
es una oda al
naranja
rica y
bella fruta
del árbol de
nuestra vida
que destripo
todos los días.
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