jueves, 1 de noviembre de 2018

HALLOWEEN SIN MUERTOS

Alone

Posaba su pie en la acera, ligeros pasos al frente y todo ella quedaba inmóvil, petrificada, tan solo cuando el autobús reanudaba la marcha y quedaba sola en medio de la gran urbe y todos sus sentidos se adaptaban a su nueva situación era entonces cuando el pánico se apoderaba de ella y comenzaba un desfile ligero, patético, que debía llevarla lo más rápido posible hasta su casa. 

Los primeros metros eran una carrera hacia la oscuridad, debía dejar la avenida lo antes posible, era demasiado visible, vulnerable, cualquier coche podría parar en seco, por eso oyese o no vehículo aceleraba en zigs zags; de repente algo paró chirriando y oyó voces de hombres que gritando y riendo la empezaban a llamar, estaba segura que mientras corría hacia la calle peatonal uno de ellos la tocó, era una mano pringosa, fría, sintió su aliento asqueroso, el corazón le latía con fuerza, aceleró más de normal y se escondió de tras de una de las columnas de los soportales de la avenida. 

Silencio, frente a ella el escaparate de una farmacia, un vinilo gigante de una familia feliz le sonreía y le ofrecía un champú para los piojos, situación absurda que no le relajó lo más mínimo, sus manos pegadas agarraban la columna del edificio, si quitaba las uñas del hormigón toda la estructura se vendría abajo. Cerró los ojos y mentalmente rebajó la tensión que se acumulaba por todo su cuerpo, todo había sido una ilusión suya, miró de reojo y no había nadie, las columnas marciales estaban todas ellas en fila de a uno, las pequeñas luces de los soportales creaban un pasillo sobrenatural que muy a lo lejos acababa en la oscuridad. Por el día bullicio de vecinos por la noche lúgubre camino hacia nichos durmientes. 

Hizo tripas corazón y reanudó el corto y eterno caminar hacia casa, entró en no muy ancha calle peatonal, a ambos lados dos altos edificios la resguardaban y al mismo tiempo la vigilaban, toda la estructura de ladrillos estaba plagada de pequeñas cuevas negras, lo que de día eran ventanas por la noche eran cavidades oscuras, y desde allí sentía que sombras le observaban, unas eran depredadores que tan solo esperaban que su presa se encontrase en medio de la calle para saltar, en otros huecos distinguía las sombras de almas en pena que agitándose extrañamente le avisaban del terrible peligro que le acechaba. Las sombras y el silencio le hacían sentirse agobiada, avanzaba deprisa, pero cada paso que daba hacia adelante era como un minuto menos de vida, de cualquiera de las sombras que formaba la noche alguien podría salir, agarrarla y esa fuerza sobrehumana arrastrarla hacia las inmensas moles laterales, entonces sentiría lo que es realmente el dolor, que te desgarren la ropa, te sajen vivo y la pena de morir salvajemente en la fría noche… 

Por fin abandonó ese desfiladero mortal, a pocos metros su guarida, en medio el parque, la antesala de su mayor miedo, la agonía de no haber nadie, la sensación de soledad, un manto que te cubre y te asfixia, ese espacio grande que te succiona, la nada aporrea tus tímpanos, solo tú y tus miedos, la incertidumbre lejana de que alguien o algo aparezca de la nada, la muerte, tu muerte reflejada en ese peregrinar hacia tu refugio. 

La llave entra en la cerradura y con destreza cierra la puerta, siente como miles de manos empujan la puerta pero ya no hay acceso, enciende la luz parpadeante del pasillo que lleva al ascensor pero siente algo detrás de ella y sube despavorida las escaleras, ya en la puerta se le caen las llaves, se agacha mientras oye como algo sube jadeando, el terror se apodera de ella, logra cogerlas de nuevo y no sin esfuerzo girar el mecanismo y adentrarse en casa. 

Era noche de Hallowen películas de terror, historias aterradoras y después copas y diversión, pero el verdadero terror son nuestro propios miedos, nuestras inseguridades, el verdadero terror lo vivimos día a día, un mero paseo nocturno convertido en pesadilla. 

Y mientras los muertos en su tumba viven una época dorada, ahora tan solo son historias de antiguas novelas, decorados de viejas películas de terror, ya nadie les teme, ahora solo tienen que descansar, ya no tienen que asustar a nadie… nosotros mismos los hemos banalizado, les hemos quitado su único trabajo, el darnos miedo.


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