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Ellie and Joel Fanart - The last of us |
Todo empezó de
una manera tonta y banal, había aparecido de la nada un misterioso virus en la
cerrada y oculta China, al principio se veía como algo lejano y extraño,
para eso teníamos la televisión, para crear contenidos escabrosos y meternos
miedo. Estábamos convirtiendo una gripe en la peste negra.
Comenzó con
una reseña en las noticias y acabó ocupando el ochenta por ciento de las mismas,
en las imágenes podíamos ver ciudades inmensas sin alma, vacías, con hombres
enfundados en trajes de plásticos fumigando como se hacía antaño con las vides,
pero ahora ya no se fertilizaba si no que se desinfectaba al oscuro y estéril asfalto, a los insípidos edificios modernos
y a los automóviles como si fuera un lavado a presión, al principio llamaba la atención por la
exageración, pero ya se sabe las gracias si se repiten muchas veces dejan de
serlas.
Al mes, solo se veían
imágenes de mapas, que si veinte infectados por aquí, que sí un infectado en un
hotel y encerraban a mil personas, que si un enfermo en el hospital de no se
donde no había tenido contacto con población de riesgo y que estaba grave, resumiendo,
de una población mundial de miles de millones habían muerto dos mil, eso creo o
eso nos decían, una ínfima parte. En definitiva, el miedo a la muerte estaba
caldeando el ambiente.
Y claro empezó
el desabastecimiento, un día no había pimientos, al otro no había un repuesto
para la lavadora y poco a poco empezó la escasez total, el civismo y
la educación comenzó lentamente a desaparecer, en un supermercado un señor había dado una
paliza a una señora por coger unas simples bolsas de garbanzos, en otro sitio habían
robado a punta de pistola mascarillas, cientos de noticias escabrosas e
incomprensibles, había tensión en las
calles, constantemente y a diario sonaban las sirenas, si no de la policía, de
los bomberos, de las ambulancias, se estaba desatando la locura…
Y comenzó el apocalipsis,
cada vez más gente acudía a los hospitales y a los centros médicos, en las
urgencias empezaba a haber tumultos, el ejército tuvo que desplegarse por muchos
sitios para evitar incidentes y un buen día en una ciudad lejana hubo graves disturbios
y todo empezó a desmoronarse como un castillo de naipes, era una lucha de todos
contra todos, la más cruel que podamos imaginar, la lucha por la simple
supervivencia.
Y allí me
encontraba yo con mi mujer y mis hijas en la azotea de mi edificio dentro del
cuarto de máquinas del ascensor observando por lo agujeros de ventilación si
había movimientos de gentes por la calle, personas generalmente dedicadas al
pillaje y a hacer atrocidades pues no había ley ni orden.
¿Qué iba a ser
de nosotros?, no nos quedaba comida, el vecino de abajo se resistió, le
entraron en casa y lo mataron junto a su mujer y a sus tres niños. Había que
tomar una decisión, pero, ¿qué hacer?, ¿a dónde ir?, éramos una familia de
ciudad, hoy nos habíamos comido el último puñado de arroz, estábamos delgados,
sucios y no con muchas fuerzas, salir a la aventura sin saber que hacer era la
única salida, quedarse en definitiva era una muerte segura.
Y salimos sin
nada, con lo puesto, por una ciudad irreconocible, edificios quemados, automóviles
volcados, pasábamos por delante de otros grupos, unos más grandes, otros más
pequeños, nos mirábamos todos con desconfianza, algunos nos observaban, pero
era evidente que no llevábamos nada así que no nos molestaban, andamos todo el
día y al anochecer pudimos dormir en un coche grande abandonado a su suerte en
las afueras de la ciudad, a la mañana siguiente mi mujer tenía fiebre muy alta
y al tercer día falleció, la llevamos al arcén y allí la enterramos lo mejor
que pudimos, continuamos andando perdidos hacia ninguna parte, nos cruzamos con
un enorme grupo y una señora al ver
nuestra situación nos dio un mendrugo de pan que se comieron mis hijas en un
segundo.
Dos días mas
tarde mientras dormíamos en un páramo al descubierto, oí un grito, era una de mis hijas, me levanté del
suelo, la noche era oscura, solo podíamos oír sus lamentos y como lloraba, mi otra
hija y yo comenzamos a llamarla, no podíamos ir a ningún sitio pues no se veía nada,
la situación era dantesca, no sabíamos que hacer y hacia donde dirigirnos, así
estuvimos un tiempo hasta que dejamos de oírla, nunca mas la vimos y no supimos
que fue de ella, estuvimos todo el día siguiente buscándola infructuosamente.
Solo quedábamos
dos, el hambre nos mortificaba, seguimos andando hasta que llegamos a un pueblo
abandonado y arrasado, en un patio de una casa había un naranjo, cogimos las
dos últimas naranjas y nos la comimos como si fuera un manjar, del caos de una
de las casas conseguimos algo de ropa y continuamos andando, las ciudades y
pueblos eran peligrosos, la gente cada vez era más violenta, se estaban
convirtiendo en bestias, lo vimos a lo lejos en varias ocasiones como la gente
sin más acababa enfrentándose hasta la muerte sin un porqué claro.
Al día
siguiente encontramos una casa en medio del campo en bastante buen estado, mi
hija estaba cansada y se acostó en un colchón en el suelo, yo fui a investigar
y a buscar algo que comer, había unos matojos altos, entré y en un momento dado
perdí pie y caí golpeándome quedando inconsciente, no se cuanto tiempo estuve
allí en esa acequia honda y oscura, cuando desperté estaba amaneciendo, corrí hacia la casa y el colchón
estaba vacío mi hija no estaba por ningún lado, grité su nombre hasta que me
quedé afónico, busqué y busqué, finalmente las piernas me fallaron y agotado quedé tirado en el suelo
mirando al cielo.
Sin fuerzas para
mucho más, incapaz de haber mantenido a mi familia a salvo, cerré los ojos y me
dejé ir, no se puede luchar contra los miedos del hombre, contra el coronavirus
sí.
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