domingo, 1 de marzo de 2020

CORONAVIRUS

Ellie and Joel Fanart - The last of us


Todo empezó de una manera tonta y banal, había aparecido de la nada un misterioso virus en la cerrada y oculta China, al principio se veía como algo lejano y extraño, para eso teníamos la televisión, para crear contenidos escabrosos y meternos miedo. Estábamos convirtiendo una gripe en la peste negra.

Comenzó con una reseña en las noticias y acabó ocupando el ochenta por ciento de las mismas, en las imágenes podíamos ver ciudades inmensas sin alma, vacías, con hombres enfundados en trajes de plásticos fumigando como se hacía antaño con las vides, pero ahora ya no se fertilizaba si no que se desinfectaba al oscuro y  estéril asfalto, a los insípidos edificios modernos y a los automóviles como si fuera un lavado a presión, al principio llamaba la atención por la exageración, pero ya se sabe las gracias si se repiten muchas veces dejan de serlas.

Al mes, solo se veían imágenes de mapas, que si veinte infectados por aquí, que sí un infectado en un hotel y encerraban a mil personas, que si un enfermo en el hospital de no se donde no había tenido contacto con población de riesgo y que estaba grave, resumiendo, de una población mundial de miles de millones habían muerto dos mil, eso creo o eso nos decían, una ínfima parte. En definitiva, el miedo a la muerte estaba caldeando el ambiente.

Y claro empezó el desabastecimiento, un día no había pimientos, al otro no había un repuesto para la lavadora y poco a poco empezó la escasez  total, el civismo y la educación comenzó lentamente a desaparecer,  en un supermercado un señor había dado una paliza a una señora por coger unas simples bolsas de garbanzos, en otro sitio habían robado a punta de pistola mascarillas, cientos de noticias escabrosas e incomprensibles, había tensión en las calles, constantemente y a diario sonaban las sirenas, si no de la policía, de los bomberos, de las ambulancias, se estaba desatando la locura…

Y comenzó el apocalipsis, cada vez más gente acudía a los hospitales y a los centros médicos, en las urgencias empezaba a haber tumultos, el ejército tuvo que desplegarse por muchos sitios para evitar incidentes y un buen día en una ciudad lejana hubo graves disturbios y todo empezó a desmoronarse como un castillo de naipes, era una lucha de todos contra todos, la más cruel que podamos imaginar, la lucha por la simple supervivencia.

Y allí me encontraba yo con mi mujer y mis hijas en la azotea de mi edificio dentro del cuarto de máquinas del ascensor observando por lo agujeros de ventilación si había movimientos de gentes por la calle, personas generalmente dedicadas al pillaje y a hacer atrocidades pues no había ley ni orden.

¿Qué iba a ser de nosotros?, no nos quedaba comida, el vecino de abajo se resistió, le entraron en casa y lo mataron junto a su mujer y a sus tres niños. Había que tomar una decisión, pero, ¿qué hacer?, ¿a dónde ir?, éramos una familia de ciudad, hoy nos habíamos comido el último puñado de arroz, estábamos delgados, sucios y no con muchas fuerzas, salir a la aventura sin saber que hacer era la única salida, quedarse en definitiva era una muerte segura.

Y salimos sin nada, con lo puesto, por una ciudad irreconocible, edificios quemados, automóviles volcados, pasábamos por delante de otros grupos, unos más grandes, otros más pequeños, nos mirábamos todos con desconfianza, algunos nos observaban, pero era evidente que no llevábamos nada así que no nos molestaban, andamos todo el día y al anochecer pudimos dormir en un coche grande abandonado a su suerte en las afueras de la ciudad, a la mañana siguiente mi mujer tenía fiebre muy alta y al tercer día falleció, la llevamos al arcén y allí la enterramos lo mejor que pudimos, continuamos andando perdidos hacia ninguna parte, nos cruzamos con un enorme grupo  y una señora al ver nuestra situación nos dio un mendrugo de pan que se comieron mis hijas en un segundo.

Dos días mas tarde mientras dormíamos en un páramo al descubierto, oí un grito, era una de mis hijas, me levanté del suelo, la noche era oscura, solo podíamos oír sus lamentos y como lloraba, mi otra hija y yo comenzamos a llamarla, no podíamos ir a ningún sitio pues no se veía nada, la situación era dantesca, no sabíamos que hacer y hacia donde dirigirnos, así estuvimos un tiempo hasta que dejamos de oírla, nunca mas la vimos y no supimos que fue de ella, estuvimos todo el día siguiente buscándola infructuosamente.

Solo quedábamos dos, el hambre nos mortificaba, seguimos andando hasta que llegamos a un pueblo abandonado y arrasado, en un patio de una casa había un naranjo, cogimos las dos últimas naranjas y nos la comimos como si fuera un manjar, del caos de una de las casas conseguimos algo de ropa y continuamos andando, las ciudades y pueblos eran peligrosos, la gente cada vez era más violenta, se estaban convirtiendo en bestias, lo vimos a lo lejos en varias ocasiones como la gente sin más acababa enfrentándose hasta la muerte sin un porqué claro.

Al día siguiente encontramos una casa en medio del campo en bastante buen estado, mi hija estaba cansada y se acostó en un colchón en el suelo, yo fui a investigar y a buscar algo que comer, había unos matojos altos, entré y en un momento dado perdí pie y caí golpeándome quedando inconsciente, no se cuanto tiempo estuve allí en esa acequia honda y oscura, cuando desperté  estaba amaneciendo, corrí hacia la casa y el colchón estaba vacío mi hija no estaba por ningún lado, grité su nombre hasta que me quedé afónico, busqué y busqué, finalmente las piernas me fallaron y agotado quedé tirado en el suelo mirando al cielo.

Sin fuerzas para mucho más, incapaz de haber mantenido a mi familia a salvo, cerré los ojos y me dejé ir, no se puede luchar contra los miedos del hombre, contra el coronavirus sí.  



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