Navidad de dos
mil veinte,
en mesa vacía
de todo
sobre impoluta
madera
mantel,
servilletas y cubiertos
preparados
para el oscuro ritual.
Abeto mudo en
mi salón,
lejos del
abetal
solo y lúgubre
tan solo su
aceite
mar de lágrimas
desde donde
me mira.
Y el tocadiscos
raya sobre negro
lluvia de
sonidos extraños
¡Silencio!,
cantemos villancicos
hacia atrás
invocando a un
Dios nacido
sin nada que
celebrar.
La vida
sigue igual
cerremos la
puerta
tapiemos,
olvidemos,
corramos
despavoridos,
pues hemos
sobrevivido,
Feliz
Navidad.
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