domingo, 14 de febrero de 2021

EL ELIXIR DE LA VIDA MUERTA

 

Autor: Juan Alberto Hernández

Nace el odio en los cabellos del desespero,

pausado, quieto, silencioso,

masa ululante de movimientos anárquicos,

como enjambre oscuro que alimenta

la desazón de los vivos.

 

No esperéis clemencia,

ni pidáis ayuda,

no recéis a nadie,

el bosque que hay allá abajo

está maldito,

sí osáis cruzarlo

debéis de saber

que es un laberinto sin salida,

morada eterna

de los seres

de la amarga noche.

 

He ignorado el oráculo

he desoído a los sabios

y aquí me hallo

en medio de la noche,

he encendido una hoguera

pues el frío me invade

y la noche me encierra

al refugio de un gran árbol

mientras escucho su silencio

que me habla

y observo su gran tronco

desde el otro lado del fuego,

parece que la madera oscila

observo como se mueve,

paralizado quedo

pues su crujido

se convierte en chillidos,

es entonces que veo

como de una sutil nada

salen tres almas en pena

que me clavan la mirada,

quedo aterrorizado,

pues a uno le reconozco,

es mi difunto padre

el otro no parece humano

y el tercero me da pánico,

son madera viva

personas muertas.

 

Me levanto deprisa

y salgo corriendo

el camino es oscuro

y ahora se estrecha,

mientras mi piel se rasga

por las miles de ramas

que me agarran

que me cortan,

siento que cientos de seres

me gritan y persiguen,

al imbécil, al incauto

al pobre héroe cobarde

que huye de un simple bosque.

 

Es entonces cuando salto

y salgo de la maleza

a un inmenso prado,

la pesadilla se acaba

vuelvo a ser libre,

estúpido miedo

incauto de mí que eso creo,

es entonces que me miro y siento

que no estoy donde pienso

estoy dentro del árbol

abrazado a esos tres seres

que apestan,

mientras lamen mi sangre,

hurgando mis profundas heridas

que me congelan el alma.

 

Mientras las brasas se apagan

solas, sin nadie,

noto que ya no soy persona

que ahora soy parte del árbol

mis uñas en carne viva clavadas, 

enterradas en tierra

echando inmensas raíces,

elevando mis brazos al cielo

ramas torcidas al viento.

 

He aquí mí canto y mi lamento,

la inconsciencia

del creerme eterno

me ha convertido

en un ser humano muerto.

 

 

 

 

 

 

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