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Autor: Juan Alberto Hernández |
Nace el odio en los cabellos del desespero,
pausado, quieto, silencioso,
masa ululante de movimientos anárquicos,
como enjambre oscuro que alimenta
la desazón de los vivos.
No esperéis clemencia,
ni pidáis ayuda,
no recéis a nadie,
el bosque que hay allá abajo
está maldito,
sí osáis cruzarlo
debéis de saber
que es un laberinto sin salida,
morada eterna
de los seres
de la amarga noche.
He ignorado el oráculo
he desoído a los sabios
y aquí me hallo
en medio de la noche,
he encendido una hoguera
pues el frío me invade
y la noche me encierra
al refugio de un gran árbol
mientras escucho su silencio
que me habla
y observo su gran tronco
desde el otro lado del fuego,
parece que la madera oscila
observo como se mueve,
paralizado quedo
pues su crujido
se convierte en chillidos,
es entonces que veo
como de una sutil nada
salen tres almas en pena
que me clavan la mirada,
quedo aterrorizado,
pues a uno le reconozco,
es mi difunto padre
el otro no parece humano
y el tercero me da pánico,
son madera viva
personas muertas.
Me levanto deprisa
y salgo corriendo
el camino es oscuro
y ahora se estrecha,
mientras mi piel se rasga
por las miles de ramas
que me agarran
que me cortan,
siento que cientos de seres
me gritan y persiguen,
al imbécil, al incauto
al pobre héroe cobarde
que huye de un simple bosque.
Es entonces cuando salto
y salgo de la maleza
a un inmenso prado,
la pesadilla se acaba
vuelvo a ser libre,
estúpido miedo
incauto de mí que eso creo,
es entonces que me miro y siento
que no estoy donde pienso
estoy dentro del árbol
abrazado a esos tres seres
que apestan,
mientras lamen mi sangre,
hurgando mis profundas heridas
que me congelan el alma.
Mientras las brasas se apagan
solas, sin nadie,
noto que ya no soy persona
que ahora soy parte del árbol
mis uñas en carne viva clavadas,
enterradas en tierra
echando inmensas raíces,
elevando mis brazos al cielo
ramas torcidas al viento.
He aquí mí canto y mi lamento,
la inconsciencia
del creerme eterno
me ha convertido
en un ser humano muerto.
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