Venías
huyendo del infierno
pues querías
ver el mar,
no sabías
que era el agua
no sabias
nadar,
querías ser
libre
querías poder
volar.
Te acogí en
mi regazo
y empezaste
a crecer
libre y
soberano al viento,
bajo la
sombra que yo te daba
jugabas aprendiendo,
comenzó tu
libertad.
Después
tomaste tu camino,
corriste de
mi vera
enloquecido
por tus sueños,
lejos de la
realidad,
acabando de
nuevo
en el
averno
y me empezaste
a buscar.
Y me
lloraste y suplicaste
que te
volviera a dejar entrar,
que querías
de nuevo mi sombra,
que no podías
más
que te estabas
ahogando
que seguías
sin saber nadar.
Volví a
sacarte de tu enrevesado laberinto,
a enseñarte
lo bello que es el mundo
a dejarte
de nuevo saborear
a sentir en
tu cara el viento
a ser
feliz, otra vez más.
Pero los tiempos
cambian,
comenzó de
nuevo la guerra,
luché contra
titanes, contra cobardes soldados,
lucha desigual
y sin ayuda
traicionado
por los míos
herido de
muerte, me retiré de mi legado.
Y solo y
abandonado quedé dentro de su laberinto
fue entonces
cuando me di cuenta:
mi propio
pupilo me había traicionado,
en el
fulgor de la batalla abrió su averno
y sutilmente
me empujó dentro
quedando los
dos fuera,
él de sus
agobios, yo de mis triunfos.
Por eso amigo te digo,
no vuelvas
a llamar a mi puerta,
ahora tus galimatías
están fuera
de tu muralla
la que
ahora es mi casa,
tu antaño
laberinto,
paredes de
cal bañadas
que yo he
convertido en oro.
Ahora lucha
tú todo el santo día,
mercenario de
tu triste ambición,
serás siempre
guerrero sin alma
pues nunca
has abandonado el infierno
y has de
pagar el tributo al diablo
por tu ruin
traición.
Sigues igual
de esclavo que al principio
pero con la
única diferencia
que ahora
solo divisas agua
pues eres
náufrago de tus negras ambiciones
en tu
triste y superficial isla desierta
y sigues
sin saber nadar.
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