viernes, 1 de noviembre de 2019

LA MUJER LIBRE



Eva Hernández vivía en su pequeño y decadente piso en el centro de la ciudad, viuda y sola, su marido falleció y no tenía hijos para consolar su soledad, tampoco tenía criadas que la limpiaran la casa porque su alto nivel de vida finalizó con la dolorosa y lenta muerte de su amado marido y una precaria pensión hacía que su día a día fuera bastante ajustado.
Para olvidar y saborear otras épocas poco a poco se desprendía de recuerdos de toda la vida, cuadros, plata, porcelanas… cuando recibía el dinero, ese día se iba a un buen restaurante comía y bebía como una reina, como hacía antaño, en definitiva, le hacía más fácil el vivir.
Se subió a la butaca Luis XV, alargó sus brazos y cogió de encima del mueble del salón  un extraña mascara de Jade, con ojos blancos, pupila negra y múltiples cuentas también en jade, bajó y posó sus posaderas donde hasta hace nada estaban sus pies, se quedó fijamente mirando la figura, se colocó las gafas en la punta de la nariz y quedo hipnotizada de una brutal belleza.
- ¿Azteca? ¿Maya?- Dijo en voz baja – recuerdo que esta figura se encontraba en una pequeña repisa que había en la casa de la tía  Agustina, era extraño, estaba muy cerca del pequeño oratorio donde rezaba, próxima a las estampitas de mil santos que tenía, muy cerca pero a la vez muy distante, sola, de cara al crucifijo de Jesús.  Mi tía Agustina la que se exilió en México y apenas la conocimos, vino a morir a España sin apenas nada… A este elemento decorativo nunca le prestamos mayor atención, era de una belleza sobrecogedora y por tanto siempre la teníamos en lo alto de cualquier mueble, evitaban su inquietante mirada – se levantó y le quitó el polvo que la cubría.
 – Voy a venderla - Recordó que un día un pintor con rasgos americanos, menudo en altura, mientras pintaba la casa quedó petrificado al ver la máscara, al acabar el trabajo el señor no aceptó dinero de ella, tan solo le dijo muy solemnemente que en el momento que se quisiera desprender de la figura le pagaría una gran suma de dinero…
-La máscara es maciza, pesa -  la tocó de nuevo y en ese momento…
Fue entonces cuando Antonio apareció como en un sueño varado en una extraña barca en un río de sangre, multitud de perros a lo lejos no paraba de ladrar ferozmente y entonces le fue mostrado lo que realmente pensaba de ella, Antonio amaba a su madre, ella no significaba nada para él y a la muerte de su madre se quedo con ella por el dinero, no le amaba y tuvo múltiples amantes…
Eva se reincorporó medio desfallecida de la butaca, soltó la máscara y miró al retrato de Antonio, le había querido tanto… era frio, poco hablador,  religioso, siempre realizando obras caritativas, su mirada hacia el retrato era de cierta extrañeza, por un momento tuvo malos pensamientos, no entendía nada, ¿la edad le estaba empezando a afectar?, o ¿tal vez la máscara?…
Se fue al dormitorio y comenzó a arreglarse, hoy de nuevo comería como antaño, mientras se pintaba ella y la máscara se miraron y sin saber porqué acercó la mano  y lentamente la levantó, no pasó nada, desvió la mirada y se miró al espejo y allí estaba Antonio, detrás de ella con los ojos negros como el carbón y con cara de sufrimiento infinito, extendió los brazos hacia ella  le dijo…
-Siempre te vi como una loca, como a tu madre, las dos erais para mi insoportables, pero ella tenía el dinero y de vez en cuando se me insinuaba y yo la daba placer  –Antonio  continuaba suplicante, como implorando perdón– Perdóname mi amor, no te he querido nunca, me parecías patética, estaba contigo por tu dinero, perdóname te lo ruego, estaba tan equivocado, ahora me doy cuenta – Eva dejó con lentitud la figura encima del tocador, cogió un pequeño pañuelo secándose las lágrimas y siguió arreglándose, mientras acababa de pintarse miró hacia atrás y nada había ya, miró a los ojos de la estatuilla y se sonrieron con complicidad.
Se sentó tras la mejor mesa que había en el restaurante, 5.000 € por el Tótem daba para unas cuantas  excelentes comidas, el metre sirvió a Eva una copa del mejor champagne del restaurante  e hizo un brindis a sí misma y comenzó a reír, la deidad le había mostrado el alma en pena de su marido y era ahora el momento de la venganza, su sufrimiento se iba a duplicar con su verdad...
¡Ay! mi Antonio que no tuviste descendencia porque yo hice muchas veces por no darte nada, ¡ay! mi Antonio que te ibas con mujeres de mala vida y tenias tus amantes mientras yo era peor que todas ellas, en tus ausencias probé las mieles de mil hombres, algunos grandes amigos tuyos, algunos familia tuya y tu ingenuo que creías que me engañabas. ¡Ay! mi Antonio que cada vez que me ponías la mano encima para poder tener descendencia yo te maldecía y mataba tus semillas, y ahí en el nicho donde yaces los que te acompañan son los restos de tus hijos que aborté para no darte lo que tanto anhelabas, ahora ya puedes  cuidarlos y esperar a que te den esos nietos que tanto deseabas…. Descendencia muerta como tú.
Y Eva cenó excelentemente marchando contenta y tranquila hacia su casa, el Dios regresaba de nuevo a su tierra y a cambio éste le había enseñado como Antonio sufría en los infiernos de Mictlan, ella sabía que también acabaría allí, pero mientras tanto era tan feliz…


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