Eva Hernández vivía en su pequeño y decadente piso en
el centro de la ciudad, viuda y sola, su marido falleció y no tenía hijos para
consolar su soledad, tampoco tenía criadas que la limpiaran la casa porque su
alto nivel de vida finalizó con la dolorosa y lenta muerte de su amado marido y
una precaria pensión hacía que su día a día fuera bastante ajustado.
Para olvidar y saborear otras épocas poco a poco se
desprendía de recuerdos de toda la vida, cuadros, plata, porcelanas… cuando
recibía el dinero, ese día se iba a un buen restaurante comía y bebía como una
reina, como hacía antaño, en definitiva, le hacía más fácil el vivir.
Se subió a la butaca Luis XV, alargó sus brazos y
cogió de encima del mueble del salón un
extraña mascara de Jade, con ojos blancos, pupila negra y múltiples cuentas
también en jade, bajó y posó sus posaderas donde hasta hace nada estaban sus
pies, se quedó fijamente mirando la figura, se colocó las gafas en la punta de
la nariz y quedo hipnotizada de una brutal belleza.
- ¿Azteca? ¿Maya?- Dijo en voz baja – recuerdo que
esta figura se encontraba en una pequeña repisa que había en la casa de la
tía Agustina, era extraño, estaba muy
cerca del pequeño oratorio donde rezaba, próxima a las estampitas de mil santos
que tenía, muy cerca pero a la vez muy distante, sola, de cara al crucifijo de
Jesús. Mi tía Agustina la que se exilió
en México y apenas la conocimos, vino a morir a España sin apenas nada… A este
elemento decorativo nunca le prestamos mayor atención, era de una belleza
sobrecogedora y por tanto siempre la teníamos en lo alto de cualquier mueble,
evitaban su inquietante mirada – se levantó y le quitó el polvo que la cubría.
– Voy a
venderla - Recordó que un día un pintor con rasgos americanos, menudo en
altura, mientras pintaba la casa quedó petrificado al ver la máscara, al acabar
el trabajo el señor no aceptó dinero de ella, tan solo le dijo muy solemnemente
que en el momento que se quisiera desprender de la figura le pagaría una gran
suma de dinero…
-La máscara es maciza, pesa - la tocó de nuevo y en ese momento…
Fue entonces cuando Antonio apareció como en un sueño
varado en una extraña barca en un río de sangre, multitud de perros a lo lejos
no paraba de ladrar ferozmente y entonces le fue mostrado lo que realmente
pensaba de ella, Antonio amaba a su madre, ella no significaba nada para él y a
la muerte de su madre se quedo con ella por el dinero, no le amaba y tuvo
múltiples amantes…
Eva se reincorporó medio desfallecida de la butaca,
soltó la máscara y miró al retrato de Antonio, le había querido tanto… era frio,
poco hablador, religioso, siempre
realizando obras caritativas, su mirada hacia el retrato era de cierta
extrañeza, por un momento tuvo malos pensamientos, no entendía nada, ¿la edad
le estaba empezando a afectar?, o ¿tal vez la máscara?…
Se fue al dormitorio y comenzó a arreglarse, hoy de
nuevo comería como antaño, mientras se pintaba ella y la máscara se miraron y
sin saber porqué acercó la mano y
lentamente la levantó, no pasó nada, desvió la mirada y se miró al espejo y
allí estaba Antonio, detrás de ella con los ojos negros como el carbón y con
cara de sufrimiento infinito, extendió los brazos hacia ella le dijo…
-Siempre te vi como una loca, como a tu madre, las dos
erais para mi insoportables, pero ella tenía el dinero y de vez en cuando se me
insinuaba y yo la daba placer
–Antonio continuaba suplicante,
como implorando perdón– Perdóname mi amor, no te he querido nunca, me parecías
patética, estaba contigo por tu dinero, perdóname te lo ruego, estaba tan
equivocado, ahora me doy cuenta – Eva dejó con lentitud la figura encima del
tocador, cogió un pequeño pañuelo secándose las lágrimas y siguió arreglándose,
mientras acababa de pintarse miró hacia atrás y nada había ya, miró a los ojos
de la estatuilla y se sonrieron con complicidad.
Se sentó tras la mejor mesa que había en el
restaurante, 5.000 € por el Tótem daba para unas cuantas excelentes comidas, el metre sirvió a Eva una
copa del mejor champagne del restaurante
e hizo un brindis a sí misma y comenzó a reír, la deidad le había
mostrado el alma en pena de su marido y era ahora el momento de la venganza, su
sufrimiento se iba a duplicar con su verdad...
¡Ay! mi Antonio que no tuviste descendencia porque yo
hice muchas veces por no darte nada, ¡ay! mi Antonio que te ibas con mujeres de
mala vida y tenias tus amantes mientras yo era peor que todas ellas, en tus
ausencias probé las mieles de mil hombres, algunos grandes amigos tuyos,
algunos familia tuya y tu ingenuo que creías que me engañabas. ¡Ay! mi Antonio
que cada vez que me ponías la mano encima para poder tener descendencia yo te
maldecía y mataba tus semillas, y ahí en el nicho donde yaces los que te
acompañan son los restos de tus hijos que aborté para no darte lo que tanto
anhelabas, ahora ya puedes cuidarlos y
esperar a que te den esos nietos que tanto deseabas…. Descendencia muerta como
tú.
Y Eva cenó excelentemente marchando contenta y
tranquila hacia su casa, el Dios regresaba de nuevo a su tierra y a cambio éste
le había enseñado como Antonio sufría en los infiernos de Mictlan, ella sabía
que también acabaría allí, pero mientras tanto era tan feliz…
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