Vamos creciendo levando
anclas
fuera de los sayos de
nuestros padres,
aprendiendo deprisa la gran
lección:
no somos el centro del
universo.
Y de muy pequeños sin
consciencia
entramos de repente en un
corro
de un juego perverso, nada
inocente,
que nos cambiará para
siempre.
Y en esta dura y espesa
jungla
ocuparemos nuestro lugar,
aprenderemos las reglas
mientras el corro gira y
gira.
Y cogidos de la mano todos
comienza realmente la diversión,
el círculo cada vez más
deprisa
mientras intentas mantenerte
en pie.
El tutor observa lo que
quiere,
lágrimas falsas de cocodrilo,
zancadillas, empujones por
doquier,
amigos, enemigos, halagos,
amenazas.
La rueda centrifuga los sentimientos
y ahí empieza a surgir
nuestros temores,
vemos que las paredes que
nos protegen
se llenan de excrementos, egoísmo
y maldad.
Entonces las reglas del
corro mutan
y empiezan algunos a caer
mientras que otros ríen y
cantan:
“bienvenidos a la
maravillosa sociedad”.
Pero estamos equivocados una vez más,
emocionados de tanto girar resulta
que lo único que gira es el mundo,
somos solamente tristes estatuas
de sal.
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