Mi infancia tardía y mi primera adolescencia aconteció en
una sala de cine en Madrid los cines “Espronceda”, “Cristal”, “Europa” y otros
tantos que ya no recuerdo por Bravo Murillo, eran templos decadentes, rancios,
con un olor extraño pero a la vez transmitían potencia, ilusión, eran
simplemente mágicos y allí entrábamos mi primo Miguel Ángel y yo.
La sala oscura, sonido enlatado y un extraño hombre con una linternita nos recibía y nos llevaba hasta donde debíamos sentarnos a ver otros mundos y eso hacíamos, con suerte la copia que se filmaba estaba en buenas condiciones y la película no tenía demasiada lluvia, o no tenía cortes sin sentido en donde una escena pasaba a otra sin más o en medio de una frase se comía tres palabras y quedaba una conversación “rara”, también de vez en cuando la pantalla se quedaba en blanco y la gente empezaba a gritar ¡la película!, e imagino que detrás de aquel misterioso agujero por donde salía una luz blanca inmaculada debía de haber alguien que somnoliento (porque tardaba un rato) arreglaba lo que tuviese que arreglar.
La sala oscura, sonido enlatado y un extraño hombre con una linternita nos recibía y nos llevaba hasta donde debíamos sentarnos a ver otros mundos y eso hacíamos, con suerte la copia que se filmaba estaba en buenas condiciones y la película no tenía demasiada lluvia, o no tenía cortes sin sentido en donde una escena pasaba a otra sin más o en medio de una frase se comía tres palabras y quedaba una conversación “rara”, también de vez en cuando la pantalla se quedaba en blanco y la gente empezaba a gritar ¡la película!, e imagino que detrás de aquel misterioso agujero por donde salía una luz blanca inmaculada debía de haber alguien que somnoliento (porque tardaba un rato) arreglaba lo que tuviese que arreglar.
Recuerdo que en todos ellos había un cutre bar, no había
palomitas, lo recuerdo como un bar de carretera de los antiguos, solía estar en
la entreplanta eran decadentes, con poca luz, tristes, muy limitados, a lo sumo
una bolsa de patatas y una coca-cola en vaso duralex, sin hielo, sin limón, sin
alma.
Entáabamos de día y salíamos de noche, era la doble sesión
de películas antiguas o éxitos de hace años o películas de serie “B” absurdas,
ridículas, admirables.
Los sábados alternos
mi tía “Diosa” María Matilde nos llevaba a ver los estrenos correspondientes del
mes, inmensas colas en cines de mas caché, “Fuencarral”, “Palacio de la Música”,
un estreno de cine era lo más, “El coloso en llamas”, “Poseidón”, “La guerra de
las Galaxias” no os podéis ni imaginar la sensación que causaba, salías del
cine haciendo un plan de prevención de incendios para el edificio en el que
vivías, creías que te ibas a ahogar en la bañera o simplemente querías viajar por la galaxia, eso
sí en tu Renault 12.
No sería justo no hablar de mi amada Lisboa, aquí mi fiel
acompañante era mi primo Titinho y eso era otra historia, Portugal unida por
lazos estrechos a Inglaterra vivía a años luz de España en cuestiones
audiovisuales, estrenaba al menos seis meses antes que en España, aquí había
dos tipos de cines las enormes señoriales salas de cine y luego otros más
íntimos, recuerdo uno en frente a la
casa de mi abuela que bajabas unas escaleras y tenía como un restaurante a la
entrada… y después la sensación única de
ver las películas en versión original subtitulada que era algo mágico,
increíble, los cines “Londres”, “Monumental”, “Roma”, incluso en verano en una
ciudad costera del norte de Portugal “Figueira da Foz”, el cine proyectaba una
película distinta diaria y yo las veía todas, no faltaba ni a una, vivía en dos
mundos dentro de otros mundos, era la magia del cine.
Y en todas estas vivencias ahí estaba siempre él, Bud
Spencer, magnánimo, inmenso, brutal, lo llenaba todo, esa cara que ocupaba
toda la pantalla, ese gesticular de cejas, esos enormes mofletes que hinchaba
como globos, ese mirar para un lado con desesperación, ese andar liviano para
una mole tan grande, esas manos que parecían sartenes de 26 cm que
incomprensiblemente cuando las usaba dando tortas sonaban todas así “Plaf”, yo me reía y le adoraba, sonreía en cuanto
aparecía por primera vez, daba paz, sabías que los malos con él por ahí
rondando nunca se atreverían a tocarte.
Podía ver una película suya varias veces, incluso en los
cines de doble sesión hacía triple y volvía a verle como le cascaba a los malos
en compañía de ojos azules “Terence Hill”, era la pareja perfecta de amigos,
dos caracteres distintos que se necesitaban, que se compenetraban, al final de
sus películas cada uno por su lado, pero te era indiferente, sabias que en la
siguiente película estarían juntos y si no era así, veías de nuevo una de las
antiguas, me encantaban, les quería de verdad…
Luego creces, aparece el vídeo que mata a las salas de cine
de antaño, que mata otra manera de ver
el cine y sigues creciendo y todo cambia y refinas el
gusto por una buena película incluso te gustan películas que no gustan a nadie,
buscas cosas, miras a través del visor de la cámara, entiendes lo inentendible,
pero siempre, repito siempre estará Bud Spencer en todas las películas que vea,
dándome tranquilidad y cariño.
Querido Bud hoy me he
ido un poco contigo, tendré más cuidado con los malos que me podrán pegar
porque no estás ya aquí, porque tú allá donde estés impondrás orden y
protegerás al desvalido y harás el bien, que es lo tuyo, te quiero Bud.
La muerte es esto, por eso ¿y si no nos enfadamos?, una lágrima se me ha escapado escribiendo
sobre mi amigo, adiós hasta pronto, buen viaje…
Y mi Oscar particular que es el más importante es para ti,
hermano de la Trinidad….
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