miércoles, 8 de junio de 2016

MIEDO – EL MÁXIMO TERROR, UNO MISMO



Comenzaron las pesadillas muy pronto, de pequeño estaba muy a menudo enfermo y tenía fiebres altas, esto me hacia sudar y pasarlo muy mal, dentro de mí oído un zumbido me acompañaba siempre en estos momentos, un zumbido agudo, constante, molesto y siempre estaba yo allí, en un desierto raro, con mucho calor y yo en lo alto de una duna veía filas de hombres que recorrían la arena sin rumbo fijo, ordenadamente uno de tras de otro en una cola infinita y el ruido me acompañaba monótonamente, me agobiaba mucho, me quería ir, tenía sed, me quería despertar… Y ese sueño me acompañó muchas veces en mi más tierna infancia hasta tal punto que todavía lo recuerdo y de vez en cuando creo oír el zumbido, muy a lo lejos, como mi infancia…

Jugaba revoloteando como una mariposa, travieso niño,  en la cocina de Doña María, mi segunda madre, en su vieja cocina y yo le decía:
- me bajo a la calle
- no bajes en ascensor, es peligroso – me respondía mientras cocinaba uno de sus ricos guisos

Y allí bajaba yo desde su cuarto piso agarrándome a la barandilla de madera barnizada, raspando la reja que protegía el hueco del antiguo ascensor, riéndome, feliz, pletórico me iba a jugar a la calle, deseaba ver el sol, en el último tramo de escalera a dos escalones de pisar el portal una enorme mano  vieja salió por dentro del ascensor y me agarró del cuello y empecé otra vez a sudar, con los ojos en blanco y de nuevo de mi alma ese grito inmundo salió de mis adentros y encharcado en el sudor desperté solo pues los que me venían a consolar no llegaban a mi terror.

Pánico a la oscuridad, de noche allí lo veía, al pie de mi cama, enorme, encorvado llegaba al techo con su cabeza inclinada porque no cabía, me miraba, imperturbable, sin muecas, terrorífico, el sudor frío me recorría por la frente, no me podía mover, el corazón se me estaba encogiendo, me dolía y de repente rompía a gritar histérico, descontrolado estaba siendo perseguido por un alma sin descanso.

Finalmente en mi época oscura del internado, en esos inmensos pasillos una noche desperté sin motivo alguno, el silencio era brutal, hacía daño a los oídos, todos dormían profundamente menos yo que miraba al techo y a la ventana que daba al campo y por la que nada se veía salvo el negro de una noche profunda, al darme la vuelta contra la pared unos gritos descontrolados, amargos de dolor comenzaron a llegar del fondo del pasillo, me tapé entero, sin mover un músculo y un conocido sudor frío empezó a invadirme de nuevo, como antaño, nadie oía nada, nadie se despertaba y al final saqué mis últimas fuerzas y de golpe salté de la cama y el grito paró, mis pies en el gélido suelo de terrazo avanzaron solos al pasillo y me situé en el medio y allí al fondo donde las escaleras vi una silueta inmóvil, intuía que me miraba, pues nada se veía, y poco a poco sacando valentía de donde no la había me fui acercando y ya cerca me vi a mi mismo sollozando, acompañado de todos mis miedos, de mi ignorancia, de mi soledad absoluta y mi sombra levantó la cabeza y me miró fijamente me sonrió levemente, levantó la mano como despidiéndose y desapareció escaleras abajo…


… Y en esa noche sentí que moría un poco, mis miedos de infancia me habían abandonado, era libre, o eso creía porque al meterme en la cama no estaba solo, al acomodarme y abrir los ojos allí estaba yo de nuevo mirada fría, sonriéndome acompañado y detrás de mi sentí que a partir de ahora el verdadero miedo me iba a acompañar hasta nuestros días, renovado, poderoso, el miedo a uno mismo… 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

No repares en comentar, que por decir que no quede tu disconformidad o tu adhesión inquebrantable, el no exponer este espacio quedará simplemente vacío, como un voto en blanco...

POLÍTICOS ACTUALES